
Se prometía una final atrapante: dos gigantes dormidos que buscaban despertar con un título. La Ciudadela ofrecía un marco ideal, rebosante de folklore, cantos y ese perfume a adrenalina que solo las tardes decisivas saben liberar. Desde Concepción, la caravana de treinta micros teñía de negro y blanco el camino; del otro lado, Tucumán Central movilizaba lo suyo, amparado por la cercanía que hacía vibrar las tribunas.
El “Rojo” llegaba envuelto en murmullos tras lo sucedido ante Deportivo Graneros, pero el acto celebrado en la Liga Tucumana durante la semana había intentado —al menos en lo formal— barrer las dudas debajo de la alfombra. El deseo era que el fútbol fuese protagonista. No lo fue.
El partido se abrió muy rápido: un golazo de Nelson Martínez Llanos parecía encaminar la historia, pero enseguida ocurrió lo insólito. Un desborde, un pase al corazón del área y un grito que parecía legítimo. Sin embargo, el asistente Víctor Escobar levantó el banderín y desató el desconcierto. Desde entonces, las sospechas que Tucumán Central había intentado dejar atrás volvieron a asomar como sombras largas: cada choque, cada pitazo, cada decisión se cargó de tensión.
Según se pudo reconstruir, en la terna arbitral afirman que hubo una mano en la génesis de la jugada. El cuarto árbitro habría avisado por intercomunicador, pero una falla provocó un delay que generó la tardía anulación. Creer o reventar.
El fútbol quedó en segundo plano. Tucumán Central convirtió otro tanto, también anulado por una supuesta carga que más pareció un roce menor de Velardez. Llegaron las expulsiones y, como un libreto tantas veces repetido, la noche terminó manchada: planteles enredados en peleas, árbitros escoltados por la policía, efectivos desalojando a la parcialidad de Concepción y un Tucumán Central celebrando bajo la lluvia. Una ironía perfecta: no fue el agua quien apagó la fiesta, sino la terna encabezada por Axel Santillán junto a Escobar, Ramírez y Pablo Pereyra.

La postal se inscribe en una tendencia nacional. Desde la AFA se baja un estilo: en Primera División, Barracas vuelve a ser protagonista por penales dudosos; en la Primera Nacional, Deportivo Madryn avanza entre polémicas mientras en Morón sienten que juegan solos contra el mundo. Si en las cúpulas del fútbol argentino reina la suspicacia, ¿cómo sorprenderse de que las raíces también absorban ese veneno?
En esa sintonía se movió Darío Zamoratte, vicepresidente de la Liga Tucumana, quien sin titubeos afirmó que “el gol estuvo bien anulado”. Una declaración que se enmarca en la obediencia silenciosa a la figura de “Chiqui” Tapia y sus manejos cada vez más burdos. No es nuevo: ya ocurrió cuando Jorge Newbery —el equipo que presidió el actual titular de la Liga, Eduardo Monteros— ganó envuelto en polémica. La pelota, antes redonda y pura, hoy parece un objeto deformado por los escritorios; el guante blanco desapareció y lo que queda es un mecanismo de decisiones tan groseras como previsibles.
El capitán cuervo, Víctor “Vitin” Rodríguez, dejó una frase que dolió más que cualquier patada: “Pensé que las cosas serían distintas, pero se ve que no. Pido perdón, pero me presté a un show en el que no debería haber estado”. El show seguirá. Y, lamentablemente, cada nueva película del fútbol argentino parece tener un final anunciado.
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