Mientras la Fuerza Aérea de Israel continúa con su ofensiva sobre territorio iraní, el mundo aguarda expectante una reacción definitiva del líder religioso Ali Khamenei. Las últimas incursiones militares destruyeron importantes centros nucleares en Fordow, Natanz e Isfahan, y dejaron claro que el objetivo israelí va más allá de una advertencia simbólica. El propio Khamenei, en su cuenta oficial de X, denunció el ataque como un "grave crimen" que "debe ser castigado". En paralelo, Estados Unidos se sumó a la estrategia de desgaste, con bombardeos coordinados y el despliegue de unidades en puntos clave como Irak y Siria.
Donald Trump, con el respaldo de Benjamín Netanyahu, abrió canales diplomáticos con Turquía para intentar frenar la escalada. El presidente Recep Erdoğan ofreció Estambul como sede para un encuentro entre enviados especiales de Estados Unidos e Irán. Sin embargo, la negativa de Khamenei a comunicarse directamente con sus delegados terminó por derrumbar esa posibilidad. Poco después, Washington autorizó un ataque aéreo con aviones B-2 y municiones anti-búnker, reduciendo aún más el margen para una salida negociada.
A esta compleja trama se suma la amenaza latente del cierre del estratégico Estrecho de Ormuz por parte del régimen iraní, una acción que podría desencadenar una crisis energética global. Con sus aliados de la Liga Árabe alineados, Trump analiza una respuesta militar contundente si Irán bloquea el paso del petróleo. En este tablero geopolítico, la figura de Vladimir Putin también gana protagonismo: el presidente ruso mantiene diálogo directo con ambas partes y podría actuar como mediador. Si la diplomacia fracasa, el objetivo final dejaría de ser el programa nuclear iraní: Estados Unidos y sus aliados buscarían la caída del régimen teocrático, un movimiento sin precedentes que podría redibujar el mapa del poder en Medio Oriente.