Campodónico le reza a todos los santos
Imagínese que se encuentra en un barco que transita una tempestad con un capitán que, a pesar de su inexperiencia, logró avanzar muchos kilómetros con todas las complicaciones y con agujeros que se empezaron a hacer en la embarcación. Y en esa desesperación, un viejo conocido que tiene solamente algún antecedente en su currículum como capitán, pero supo ser un excelente marinero con una sonrisa seductora y una espalda imponente, aparece para encandilar como si el brillo de esos dientes fuese el canto de las sirenas y termine adueñándose del navío. Y más allá de la superficialidad del carisma o la seguridad que permite la "experiencia", hay un factor que acaba siendo el condicionante más importante: la capacidad.
San Martín perdió con el último. Por goleada. Nunca estuvo en partido y lo más grave: jamás reaccionó. Arsenal manejó los hilos de principio a fin. Muchos dicen que la derrota descree. Yo creo que permite abrir los ojos. Las formas lo son todo, y un equipo sin alma no termina siendo un partido más que se escapa por detalles. Es una sirena que, por el momento, nadie pudo apagar. Ni siquiera la mueca cautivante de un Campodónico que, en seis partidos a su mando, en la mitad recibió tres goles. No solo eso, sino que cambia figuritas constantemente sin un mapeo lógico: Gabriel Hachen pasó de ser no convocado a tener que ser héroe ante Arsenal; un volante creativo como Aníbal Paz termina siendo lateral por izquierda; Mauro Osores pasó de ser caudillo a limpiado de la nómina, y así con varios ítems que hacen ver a la improvisación como principal protagonista.
"Nos tenemos que hacer cargo", dice Campodónico como si se tratase del Sargento Cabral defendiendo al General San Martín. Lo contradictorio radica en que no es el único que debe adjudicarse la responsabilidad, e inmolarse es inútil porque debe seguir guiando el barco. Sabe que sus goles y los alaridos que supo darle a la gente son su crédito a favor, su chaleco antibalas, donde todos apuntan a un equipo frágil, tanto futbolísticamente como mentalmente. Y San Martín no necesita un sacrificio, sino alguien que tome el toro por las astas. Por el momento, no apareció.
El barco está a la deriva, en donde la tempestad es más intensa. Y un capitán que apela a la memoria por encima de lo que puede ofrecer. ¿Y los altos mandos? Brillan por su ausencia. Y esto no es de extrañar: basta ver los antecedentes inmediatos de alguien a quien hay que dividir entre los roles de jugador y entrenador, pero no mezclarlos. Y lo más alarmante es que incluso llegar por el camino más largo es una incertidumbre, porque el barco tiene muchos agujeros y el agua no para de ingresar. Quedan cinco finales y la tormenta no para de ahuyentar a los pocos que eligen creer. Esto será a todo o nada. El margen de error casi no existe, y finalmente se verá hacia dónde desembocará un navío que parece improvisado y donde la brújula está rota para un Campodónico que sigue poniendo la carita. Para eso lo llamaron...
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